febrero 20, 2018

“No estamos hechos para vivir en una sociedad masificada”

El investigador suizo presenta en su libro ‘Individualidad humana’ una propuesta para reconocer nuestro potencial y nuestras limitaciones y adaptarnos al entorno Sigue leyendo

El escritor Remo Largo en Madrid

Imaginen un mundo paralelo creado por un dios sádico, en el que Lionel Messi se viese obligado a intentar triunfar como presentador de telediarios, Isabel Coixet como levantadora de pesas y Mariano Rajoy como bailarín del Teatro Real. Probablemente, esos tres personajes de éxito en nuestro universo serían tres desgraciados incapaces de cumplir con sus expectativas y las de los demás en ese mundo imaginario.

El pediatra suizo Remo H. Largo (Winterthur, 1943) recuerda que el éxito y la satisfacción con la vida de cada uno no se puede medir con baremos universales. Dependen en realidad de una buena adaptación entre nuestras capacidades y nuestro entorno. Y no solo se trata de elegir una forma de vida acorde a nuestras tendencias o habilidades. También hay que saber controlar la ambición para no caer en el aburrimiento por falta de alicientes o verse aplastado por el estrés por fijarse objetivos superiores a los talentos.

La afirmación puede parecer más o menos obvia, pero llevarla a la práctica no lo es. Largo, aplicando conocimientos de más de tres décadas estudiando el desarrollo de niños como director del departamento de Crecimiento y Desarrollo del Hospital Infantil de la Universidad de Zurich, acaba de publicar un libro en el que trata de ofrecer una guía para reconocer las particularidades de cada ser humano y buscar entornos para que se desarrollen. En Individualidad humana(Debate) expone parte de lo que ha aprendido sobre la educación de los niños a los que, considera, hay que facilitar el acceso a los medios y los incentivos para que desarrollen sus propias capacidades según sus inclinaciones.

Largo asegura que todos tenemos un potencial innato que hay que desarrollar hasta el máximo, pero ir más allá es un camino hacia la frustración. Esta falta de adecuación entre nuestra naturaleza, fruto de milenios de evolución, y el entorno en el que vivimos, es otro de los desajustes que nos pueden hacer infelices y a ellos dedica buena parte de su libro que, como todo lo relacionado con la educación, resultará controvertido.

Preguntaba. ¿Cuál era el objetivo de un libro tan ambicioso como este?

Respuesta. Pretendíamos, por un lado, comprender cuáles serían las leyes del desarrollo de los niños y por otro, cuan diverso puede ser ese desarrollo y por qué. Es decir, qué aporta la herencia genética, qué aporta el entorno. Con el tiempo me di cuenta de que los niños tienen en cada edad determinadas necesidades y, como consecuencia, necesitan también un determinado entorno. Por ejemplo, no es suficiente que el niño disponga de dos padres. Existe un dicho africano que dice que para criar a un niño es necesaria toda la aldea. Sobreestimamos la familia e infravaloramos la convivencia en sociedad en la educación.

La comunidad está definida por un grupo de 100 o 150 personas, un núcleo pequeño comunitario en el que todo el mundo se conoce muy bien. Esto significa que en este tipo de comunidad cada uno aporta sus fortalezas para hacer que esa comunidad funcione y es aceptado como es, con sus debilidades. En los últimos 200.000 años, el ser humano siempre ha vivido en ese tipo de núcleos comunitarios, y sigue siendo el caso en muchas zonas del mundo. Pero con la revolución industrial, en los últimos 150 años hemos creado una sociedad de masas anónima y esa vida en comunidad se ha perdido.

P. Pero para muchas personas, vivir en un pueblo de 200 habitantes puede resultar muy hostil. En muchas de esas comunidades a la gente no se la acepta como es, en su orientación sexual, por ejemplo, y en muchos casos es más difícil desarrollar talentos personales particulares.

R. Estoy totalmente de acuerdo. Un pueblo tal como existía antaño no era un paraíso, en absoluto. Había muchos conflictos sociales y también se encasillaba a las personas, que carecían de libertad, por ejemplo si pensamos en la homosexualidad o las personas trans. Pero una comunidad del futuro no tiene por qué tener necesariamente ese aspecto. Muchas de las tareas van a ser asumidas por el estado y ese era un punto de conflicto en los pueblos. Por ejemplo, el sistema sanitario o el sistema educativo los desarrollará el estado. Pero lo que quiero incidir es en que dentro de ese núcleo comunitario pequeño uno no podía ser expulsado. Uno podía sentirse infeliz, pero se sentía involucrado, mientras que en la sociedad masificada, uno vive socialmente aislado. Un caso extremo es el de los niños y otro son los ancianos.

P. ¿Cuál serían los efectos en los niños de la falta de ese apoyo en su educación del resto de la comunidad más allá de los padres?

R. En países como España disponemos de un buen sistema educativo. Todos los niños aprenden a leer, escribir, matemáticas… Pero si pensamos en la forma en que los niños alcanzan sus competencias sociales, el proceso no funciona diciéndoles cómo tienen que comportarse sino que se produce a través de los modelos que se les transmiten. Los niños no solo necesitan a los padres sino que necesitan otros referentes para aprender a gestionar sus relaciones y tienen que aprender que las personas son diversas. No puede existir un buen desarrollo, especialmente en los primeros años, si el niño no tiene la posibilidad de relacionarse con otros niños o con otras personas, porque mucho de lo que aprenden los niños lo aprenden a través de otros niños que en cierta medida son como mínimo tan importantes como los propios padres.

Yo tengo la sospecha que los adultos hoy en día no son tan competentes desde el punto de vista social. No lo puedo demostrar, pero si vemos cómo resuelven los conflictos, llegamos a esa conclusión.

P. En el libro plantea que todos tenemos un potencial limitado y es importante ser conscientes para no tener aspiraciones excesivas. ¿Cómo hacemos para conocer nuestro potencial y no quedarnos cortos y aburrirnos o exigirnos demasiado y vivir agobiados por el estrés?

R. Cuando se aprende un idioma se llega a una meseta en una curva de aprendizaje. En algún momento nos damos cuenta de que no podemos seguir avanzando por mucho que nos esforcemos. Ese es el indicio.

Hace seis años un americano que entonces tenía 20 años decidió entrenar todos los días jugando al golf para ser profesional en seis años. Después de seis años, él se ha vuelto un muy buen golfista, pero no profesional. Llegó a un punto en el que no podía seguir avanzando.

En el caso de los niños, el mecanismo es mucho más sencillo. En cuanto se les sobrecarga o adoptan una actitud de negación o se deprimen o enferman. Los niños quieren aprender, todos, sin excepción. Incluso los niños discapacitados, a su propio ritmo. Los niños quieren aprender a su ritmo y nuestra tarea consiste en facilitarles las experiencias que necesitan.

Si nos fijamos en los jóvenes con 15 años, dónde se encuentran respecto a la escritura o la lectura, la sexta parte de los jóvenes de 15 años está al nivel de un niño de 6 o 7 años y todos han cursado los mismos estudios. A pesar de estos hay una diferencia importante. Las dotes o los talentos pueden ser muy variados. Mi preocupación estriba en qué va a hacer esa sexta parte en el mundo laboral.

P. Habla de que la sociedad actual empuja a los niños a aprender determinadas cosas por necesidades de la economía, pero no creo que el entorno de la prehistoria fuese mucho más respetuosa con las inclinaciones de cada individuo. Mucha gente tendría que aprender cosas para las que no estaba especialmente dotada con tal de sobrevivir.

R. El ser humano ha pasado su vida en contacto con la naturaleza durante los últimos 200.000 años y hoy tenemos principalmente entornos urbanos. La forma en que vivíamos antaño ha marcado nuestro comportamiento. No tenemos una capacidad de adaptación ilimitada. No estamos hechos para vivir en una sociedad masificada. Cada vez hay más personas que tienen fobias sociales, que no quieren salir a la calle. Japón es un extremo. Muchas personas viven en sus pisos, en sus viviendas, a oscuras y alejadas porque no soportan la sociedad. Eso de tener que enfrentarse constantemente a personas desconocidas es insoportable para mucha gente.

Otro aspecto importante es que antaño se tenían que enfrentar a los retos de la naturaleza, pero no lo hacían de forma aislada sino en comunidad. Puede que la comunidad sucumbiera, pero siempre juntos. Hoy, en esta sociedad, somos luchadores individuales. Si no me preocupo yo por conseguir un puesto de trabajo nadie me va a ayudar a hacerlo. Es posible que lleguen los servicios sociales y me pregunten por qué no estoy trabajando, pero no es igual.

P. En su libro habla de las diferencias innatas de potencial entre individuos. ¿Hay diferencias entre hombres y mujeres que se deben considerar?

R. Las mujeres y los hombres son muy diferentes. Siempre han sido diferentes, han tenido tareas diferentes. No se les puede hacer iguales. Por ejemplo, un comportamiento de cuidado del otro, cómo tratamos a los niños, a las personas mayores, a los discapacitados. Hay grandes diferencias.

P. Sí, pero habrá gente que diga que esto es una construcción cultural.

R. Decir eso es una buena estrategia bélica. Pero no es verdad. Se puede medir en el cuidado por los otros, por ejemplo. Las mujeres siempre se han ocupado de los niños pequeños. En su capacidad para hacer una lectura de los niños y sus necesidades hay una enorme diferencia con los hombres. Es una aptitud social. Por ejemplo, la mímica, el contacto visual, la voz, la modulación de la voz. Y las mujeres lo han necesitado para poder cuidar de los niños.

También ocurre que en el caso de las mujeres hay diferencias. Hay mujeres que no sienten la necesidad de cuidar a nadie. Yo he conocido a tres madres a lo largo de un estudio longitudinal que realizamos, que abandonaron a sus hijos de la noche a la mañana y no volvieron nunca más. Hay diferencias, también entre mujeres, y si observamos qué ocurre con los hombres, también vemos que los hay que tienen esa competencia social.

P. Pero por la división histórica de las tareas, hasta hace poco también nos habría parecido que las mujeres no estaban dotadas para la ciencia. ¿No puede ser algo que en 100 años veamos que dependía de un reparto social de las tareas circunstancial?

R. Eso es así, claro. En la ciencia o el arte ocurre eso. Pero si reflexionamos sobre lo que ha ocurrido en los últimos 200.000 años, está claro que las mujeres cuidaban de los niños y por eso han adquirido esas competencias. Los hombres, no todos, pero eran cazadores. Y como consecuencia de eso, hoy observamos que los hombres tienen una capacidad espacial mucho más desarrollada que la mujer. Probablemente haya más mujeres que necesiten el navegador, pero si pensamos en el pensamiento lógico, por ejemplo, la capacidad numérica, no hay razones por las que los hombres tengan que tener mayor competencia que las mujeres. También las mujeres contaban lentejas o guisantes. Donde sí existe también una diferencia es en la competencia expresiva, del habla. Especialmente en cómo nos comunicamos.

  • Texto: DANIEL MEDIAVILLA (EL PAÍS)
  • Foto: VICTOR SAINZ
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