junio 2, 2017

«En la soledad del poder, lo que te calma puede venir del lado de la magia»

Claudia Piñeiro: en su novela Las maldiciones, la escritora explora el mundo de la «nueva política», homenajea a Raúl Alfonsín y a una generación de dirigentes, y abre preguntas incómodas sobre las formas de la paternidad Sigue leyendo

n un momento de la charla, cuando estemos a punto de entrar en el tema de las supersticiones y las brujas en la política argentina, Claudia Piñeiro apoyará los codos sobre la mesa, se agarrará la cabeza con las manos y, como si hubiera visto algo aterrador en los árboles del Botánico, se lamentará y pedirá cortar la entrevista

-¿Estás bien?

-Me olvidé?

-¿De qué?

-De devolverle el llamado a Duhalde.

-¿Duhalde?

Sí, Eduardo Duhalde. Ocurre que el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y ex presidente de la Nación tiene un cameo en la nueva novela de Piñeiro, Las maldiciones (Alfaguara), que se enfoca en el universo de la política para contar la historia de Román Sabaté, el atribulado secretario de Fernando Rovira, un exitoso empresario inmobiliario que decide dejar todo para fundar su partido, Pragma, presentarse a elecciones para gobernador y, como personaje ambicioso que es, en un futuro llegar al sillón de Rivadavia. No es el único personaje real de la política vernácula que aparece en la novela. También incluyó a Ricardo Alfonsín, ya que Piñeiro decidió rendir una suerte de homenaje al ex presidente radical Raúl Alfonsín y a esa raza de políticos que no estaban tan influenciados por el marketing, los gurúes o los focus groups.

Como en todas las novelas de Piñeiro, el germen de Las maldiciones fue una escena. Aquí fue la de un hombre que le hace a otro un extraño pedido. La tensión que genera la propuesta será clave en el desarrollo de esta historia. A partir de ella, la escritora empezó a delinear la psicología de los personajes y a construir el suspenso de una narración coral en la que se abordan tanto la cuestión de la paternidad como ciertos mitos que circulan en el mundillo político, como la maldición de Alsina, esa leyenda que dice que el gobernador de Buenos Aires jamás podrá ser presidente. Maleficio que, para algunos, Duhalde con sus meses de presidencia logró romper.

Pero hubo otra escena, del orden de la intimidad, que llevó a Piñeiro a interesarse por una historia que transcurriera en ese universo. «Un día encontré a mi pareja, Ricardo Gil Lavedra, con los ojos llenos de lágrimas porque estaba viendo el video del cierre de campaña de Alfonsín en el Obelisco, en octubre de 1983. Aquel que dice: ?Y si alguien distraído, al costado del camino, cuando nos ve marchar nos pregunta hacia dónde marchan, por qué luchan, tenemos que contestarle con las palabras del preámbulo: que marchamos, que luchamos, para constituir la unión nacional?’, y empieza a recitar. Te lo digo y se me cierra un poco la garganta», cuenta la autora. «Me impresionó esa emoción de Ricardo por ver a un líder con un discurso político tan potente centrado en el bien común. Un discurso que sentíamos verdadero frente a otro tipo de líderes, como los actuales, que tienen discursos menos consistentes. Esa conjunción hizo que empezara a escribir esta novela.»

Cuando surgió esa escena en tu cabeza, ¿ya tenías definido que Fernando Rovira fuera político?

Sí, porque venía viendo algo: cuando a alguien, en cualquier partido político no importa cuál, lo ves haciendo ciertas cosas y te preguntás: ¿le habrán pedido tanto a este muchacho? Porque da la sensación de que está haciendo más de lo necesario para apoyar a ese partido o a ese líder. Entonces pensé: ¿hasta dónde uno está dispuesto a hacer determinadas cosas por un partido político?

Rovira tiene connotaciones muy actuales, empezando por el marketing político en la figura de ese asesor, Sylvestre, que se parece mucho a Durán Barba y esa construcción de un discurso con conceptos abstractos. Pero a la vez tiene reminiscencias del menemismo con el tema de las brujas y la superstición de la política. Hay un juego con un pasado que vuelve.

En todo momento quise construir un político que estuviera armado como se arman los nuevos políticos. Mencionás a Durán Barba y esa relación está, porque es al que más conocemos, pero todos los políticos tienen un Durán Barba. Las declaraciones de Daniel Scioli hace unos días, con respecto a su paternidad, parecían escritas por el Sylvestre de mi novela. Era impresionante. Lo que digo es: sí, uno puede hacer una relación directa con Durán Barba porque conoce a Durán Barba, porque Durán Barba es un personaje público y la política que está teniendo éxito en distintos lugares, desde Trump hasta Macron, se maneja de esa manera, pero todos tienen un Sylvestre en las sombras. Con respecto al tema de la magia, en el menemismo estaba claro porque se hablaba abiertamente de eso, pero Perón también tuvo a López Rega. Ahora hay otros conceptos, quizás más cool, que son la sanadora, el guía espiritual, el profesor de meditación. Hoy son palabras que parecen mucho más del orden de la normalidad, son más digeribles, pero no dejan de tener la misma función. En la soledad del poder, donde ya no hay nada que te ayude a saber qué hacer, quizás hay alguien que te calma y que viene del lado de la magia.

En algún punto Sylvestre, con sus focus groups, también funciona de ese modo, con algo más de ciencia, pero trata de entender qué lleva a millones de personas a votar a un candidato.

Todo eso no es magia, porque se supone que detrás hay trabajo, pero hay un punto en que sí tiene que ver con la magia, como estudió Claude Lévi-Strauss en Antropología estructural, entre la magia y el hechicero. La maldición de Alsina funciona en la novela de esa manera. Si todos creen que el gobernador de la provincia de Buenos Aires nunca llegará a ser presidente, a lo mejor no lo votan. Entonces no es que la magia funciona: lo que funciona es la forma de convencer al votante. Y ahí el marketing, la publicidad y los focus groups calzan perfecto.

Con respecto a aquel discurso de Alfonsín del 83, sin duda emocionante por lo que dice, por cómo lo dice y por el contexto histórico en el que lo dice, me pregunto ahora si no era también una forma de manipulación. Si no estaba perfectamente armado para que generara esa emoción.

Si me hubieras hecho esta misma pregunta hace un tiempo, no sé si te la hubiera podido responder, porque no conocía tanto la figura de Alfonsín en la intimidad. Hubo una casualidad: en enero de este año me llaman por teléfono desde una productora que me quiere contratar para hacer el guión de una película. Lo primero que pensé fue que me llamaban para hacer algo como Las viudas de los jueves. No me interesaba en absoluto, pero, agradecida, fui a la reunión y ahí me dicen que están asociados con el nieto de Alfonsín, Ricardo Alfonsín (h), y que lo que quieren hacer es la biopic. No un documental sobre su figura, sino una ficción. Me quedé helada porque nadie sabía de esta novela. Nadie sabía que yo estaba trabajando sobre la figura de Alfonsín. Por más secundario que fuera en la trama tuve que ver discursos y un montón de otras cosas sobre él. Iba decidida a decir que no, pero cuando me dijeron eso me sorprendió. Me pareció interesante, así que estoy trabajando en ese guión. Entrevisté a muchísima gente y ahora te puedo responder: Alfonsín siempre estaba pensando en el bien común. Se podía equivocar, claro. Si me preguntás si ese discurso podía ser manipulación, yo no lo sé. Obviamente un político trata de convencer, es parte de la política convencer con la oratoria. Ahora bien, si él quería convencer a millones porque creía que convenciéndolos iba a lograr el bien común, yo hoy, después de haber entrevistado a toda esa gente que entrevisté, no tengo la menor duda.

Uno de los efectos de la crisis de 2001 fue el reclamo de que «se vayan todos», que la vieja política le deje lugar a una nueva política. El problema es que esa nueva política vino bastante pasteurizada: con los conceptos abstractos que Rovira plantea en sus discursos.

Bueno, ése fue un quiebre. Ahora vamos a tener unos cuantos años de esto. Son ciclos y esos ciclos se acompañan en todo el mundo: Trump en Estados Unidos, Macron en Francia, que aunque sea de izquierda es más de este estilo de presidentes armados desde el marketing. Nos esperan unos años de este tipo de política. Después habrá que ver. Deseo infinitamente que no venga otro 2001, que no tengamos que llegar a una crisis de esa magnitud para que se cambie nuevamente. Ojalá nos vaya muy bien y cambiemos porque queremos cambiar, no porque tengamos una crisis profunda. Ojalá se apueste a la educación y a esas cosas que hacen subir el nivel de los discursos políticos. Si el pueblo está más educado, si todos exigen mayor rigor conceptual, entonces eso va a mejorar el discurso político, nos hablarán como a adultos y no como a niños.

En este punto, Rovira, exitoso desarrollador inmobiliario, representa la renovación de la política.

Pareciera que si vos tuviste un emprendimiento inmobiliario y sos un exitoso empresario, como Trump, entonces vas a poder manejar un país. Pero lo que me pregunto es: ¿Trump puede manejar un país? Está bien, hizo la Trump Tower, pero antes de asumir le pediría un psicotécnico.

Además de ser una novela sobre el microcosmos de la política, Las maldiciones es una novela sobre la paternidad y sobre lo que significa ser padre.

Para mí ése es el tema. Lo que pasa es que el mundo de la política te succiona. La paternidad fue uno de los motores. ¿Qué te define como padre? ¿Cuándo empezás a ser padre? Si un hombre le dona esperma a una amiga para que tenga un hijo, ¿es el padre? ¿Se siente padre? ¿Alcanza para ser padre? Porque si te hacés un ADN sos el padre, pero a lo mejor donaste el esperma y no necesariamente te sentís padre de ese chico. Entonces las nuevas posibilidades de tener hijos generaron un montón de otras posibilidades diferentes con respecto a la paternidad. Eso era lo que quería trabajar en la novela.

Para terminar, ¿la política argentina está cimentada por las maldiciones o la maldición de la argentina es la política?

Saccomanno, después de recibir el libro, me dijo: «Yo creo que nuestra maldición es la política». No podemos zafar. La verdad es que es un país muy politizado. Me ha tocado viajar por muchas partes del mundo y en ningún lado hablan tanto de política como acá. Los programas que más se ven en la televisión de aire son políticos. Ojalá habláramos de otras cosas, porque hay muchas cosas de las que hablar, pero para eso hace falta mayor educación. Que la política haga como quiso hacer Alfonsín y apunte al bien común. Invierta mucho más en educación. Si uno no pone plata en la cultura, si no se pone plata en la educación, no podemos pretender después que, porque sí, ése sea un tema en la sociedad. Es la gran deuda de la política. Hace poco escuché decir a un dirigente: «No, porque con esa plata asfalto no sé cuántas calles». Si vamos a medir todo con asfaltar calles estamos perdidos. Lo que está sucediendo hoy en el Teatro Cervantes, dirigido por Alejandro Tantanian, debería ser modélico. Tiene una programación al nivel de cualquier gran capital teatral del mundo. ¿No se puede replicar eso en otros ambientes? Están agotadas todas las funciones. Es una entrada muy accesible. Ése debería ser el modelo para muchas otras cosas de la cultura y ésa es una inversión que no se ve en metros cuadrados de calles asfaltadas, pero que sin duda se verá en un futuro.

Según Ángel Mahler, ministro de Cultura de la Ciudad, el éxito de un festival literario (ocurrió con la discusión en torno a la continuidad del Festival BAN! de literatura policial) se mide por la convocatoria, cuando se puede pensar que en realidad la cultura se mide con otros parámetros.

En ese punto Mahler debe estar mal asesorado. ¿Qué es el éxito de un evento literario? Hay cosas que no se pueden medir en cantidad de gente. ¿Hay que explicarles cómo es una política cultural? Volvemos a lo mismo de antes: un tipo que es exitoso vendiendo una torre de edificios a lo mejor no sabe manejar un teatro ni sabe manejar la cultura de un país. Aunque si es un tipo inteligente puede llamar a los mejores para manejar eso. Y ahí, todos los demás, los que no somos parte de ese partido, también tenemos una responsabilidad. Porque Tantanian asumió una responsabilidad, que es aceptar un puesto de un partido político que, a lo mejor, no es el partido político que a él más le interesa. Pero si vos no ocupás ese espacio lo ocupará otro. Hoy, Tantanian es un funcionario del gobierno, sí, pero no me cabe la menor duda de que tiene su criterio y tendrá opiniones que puedan ser diferentes al gobierno en determinados casos, pero ocupó un espacio y a todos nos beneficia con eso. Me parece que esa también es una responsabilidad de los demás, de los que no estamos en un partido político.

  • Texto: DIEGO ERLAN (LA NACION)
  • Foto: DIEGO SPIVACOW
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