enero 27, 2017
«¿Ves el humo? Ahà está tu mamá’, me decÃa el alemán de las SS»
72º aniversario de la liberación del campo de exterminio de AUSCHWITZ-BIRKENAU Sigue leyendo
Desgarrador testimonio de una superviviente de Auschwitz
*Annette Cabelli ingresó con 17 años en el campo de exterminio. Su madre fue llevada a la cámara de gas el primer dÃa
*»A mi hermano le cogieron para un experimento en Auschwitz; le cortaron los testÃculos»
*»Las mujeres de las SS ponÃan el agua caliente y luego muy helada. Y ellas se reÃan y nosotras chillábamos»
En esa mirada de 92 años que ven, caben todos los horrores que una chica jamás tendrÃa que haber visto: su madre fue enviada a la cámara de gas el mismo dÃa que Annette Cabelli entró a Auschwitz; su hermano fue utilizado como cobaya humana en el campo de exterminio y le cortaron los testÃculos; y ella -a la edad de 17 años- era una de las encargadas de transportar los cuerpos sin vida en una carretilla.
«Yo trabajaba en una barraca que era utilizada como hospital. La persona que entraba al hospital no salÃa más. Por la mañana sacábamos todos los muertos. HabÃa mujeres que no estaban todavÃa muertas. Moribundas. Pero tenÃan parte del cuerpo comido por las ratas».
Murieron 1,1 millones de personas, la inmensa mayorÃa judÃos. Cuando el 27 de enero de 1945 Anatoly Shapiro -oficial del ejército soviético- entró al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau para su liberación, sólo habÃa 2.819 supervivientes. Por llamarlos de algún modo: «Vimos algunas personas vestidas con harapos. No parecÃan seres humanos. Eran puro hueso. Les dijimos que eran libres, pero ellos no reaccionaron. No podÃan mover la cabeza ni decir una palabra».
En esos ojos que ven, decÃamos, caben todos los horrores vistos.
En esa garganta caben seis idiomas.
En ese pecho caben dos hijas y tres nietos.
Y en ese antebrazo que muestra cabe lo peor del siglo XX.
La anciana se levanta la manga de la chaqueta para enseñarnos el número 4065 que le tatuaron en Auschwitz. Como si viniera a donar sangre. O como si viniera a recordar una vacuna. Que es lo que precisamente viene a hacer.
-Hoy se cumplen 72 años de la liberación de aquel campo de exterminio. ¿Qué edad tenÃa usted cuando los nazis ocuparon Grecia y en qué cambió su vida?
-TenÃa 15 años y vivÃamos en Salónica. Notamos la violencia rápidamente. Pusieron un anuncio para que todos los judÃos nos presentásemos en la sinagoga. Para ponernos la estrella de David. No habÃa nada para nosotros. Éramos tres hermanos y mi padre se habÃa muerto cuando yo tenÃa cuatro años. VivÃamos con cartillas de racionamiento. Los alemanes se llevaron a mis hermanos para trabajar. Al mayor, Alberto, lo pusieron de mecánico en las máquinas de tren. Al pequeño, Dino, se lo llevaron a trabajar a una montaña para extraer cal. Los ojos de mi madre ni se veÃan por la mañana de todo lo que lloraba por la noche. Muchas personas morÃan de hambre y de enfermedades, hinchadas.
-¿Cómo acabó en Auschwitz?
-Llegó un momento en que decidieron movernos a los 65.000 judÃos de Salónica y de toda la zona y llevarnos a los campos. Nos hicieron ir a los trenes. Un hombre uniformado señalaba y decÃa «tú, tú y tú». Señalaron a mi hermano mayor y se lo llevaron a Auschwitz. Nunca más le vimos. Luego acabamos allà el resto de la familia.
-Hubo un periodista de The New York Times, H. W. Lawrence, que, al descubrir el campo de exterminio de Majdanek, dijo que era el «lugar más espantoso de la faz de la tierra». Yo querrÃa saber qué fue lo que vio, ¿cómo lo definirÃa?
-Yo estuve en Birkenau, un año y en Auschwitz, un año y dos meses. Llegamos cuando amanecÃa. Recuerdo los hornos nada más llegar. Y que nos empezaron a chillar nada más bajar del tren. Un vagón cerrado como si fuéramos bestias. HabÃa gente que no podÃa ni saltar. Cuando uno se caÃa, otro pasaba por encima. Un altavoz decÃa que las mujeres y los viejos que no pudieran caminar tenÃan que subirse a unos camiones. Seleccionaban a los fuertes. El primer dÃa me tatuaron el brazo. Nos llevaron al baño. Nos cortaron el pelo. Las mujeres SS ponÃan el agua muy caliente y luego muy helada. Y ellas se reÃan y nosotras chillábamos.
-A su madre la mandaron a la cámara de gas nada más llegar. ¿Cuál es el último recuerdo que tiene de ella?
-No tuve tiempo de despedirme de mi madre. Cuando bajamos del tren, empezaron a dividir gente. Todos los que iban en el camión de mi madre fueron gaseados. La última imagen de mi madre es en el tren. Allà no tenÃamos ni agua ni comida. Y la pobrecita [que era descendientes de sefardÃes, los judÃos que eligieron el exilio antes que la conversión en la España de 1492] me decÃa: «Tanto que querÃa llevaros a España y al final no vamos a ir». Con el paso de los dÃas, un alemán me dijo: «¿Ves el humo? Ahà está tu mamá».
-Usted era una niña de 17 años cuando llegó allÃ. Me gustarÃa que me hablara de los niños. ¿Cómo era ser niño en Auschwitz?
–Muchos niños mentÃan y decÃan que eran mayores de lo que eran, porque a los menores de 14 los llevaban al horno. El de 13 decÃa que tenÃa 15. El de 14 decÃa que tenÃa 15. Para que les pusieran a trabajar en vez de matarlos. A los pequeños los llevaban a los hornos. Yo caà con tifus. Estuve 40 dÃas con fiebre. Adelgacé 10 kilos. Salà pesando 41. Para poder dormir tenÃa que fumar majorka, una cosa malÃsima. Era como el hachÃs, que te colocaba. Porque solo dormÃa si fumaba. Si no me pasaba la noche entera despierta. A mi hermano, que tenÃa 20 años, lo tomaron para hacer experimentos y le cortaron un pedazo de abajo [los testÃculos]. HabÃa una barraca con gemelos. Allà los llevaban de dos en dos para experimentos. También a los enanos. Durante unas semanas o meses. Luego los llevaban al horno.
-Un olor que recuerde.
-El olor al humo, el olor a carne como si hubiera sido frita.
-¿Y un ruido?
-Cuando era fiesta judÃa venÃan los SS a la barraca y cerraban la puerta para hacer la selección. Ese sonido de la puerta cuando cerraban. Aunque cuando iban a por los judÃos húngaros era peor: habÃa gente que estaba esperando en la puerta con los chicos para entrar a la cámara de gas, entonces cogÃan a los niños, los tiraban a un agujero, echaban encima a sus madres y prendÃan fuego.
-¿Por qué ha decidido dar testimonio del Holocausto [invitada por el Centro Sefarad y Comunidad JudÃa de Madrid]?
-Tengo 92 años, pero quiero hablar de esto. La gente necesita saber lo que pasó. Mientras pueda hablar tengo que hacerlo.
-El dÃa de la liberación habÃa en el campo 2.819 supervivientes. Usted salió unos dÃas antes en una de las famosas marchas de la muerte que le condujo hasta el campo de Ravensbrück y desde ahà al de Malchow.
-Mi hermano fue liberado por los rusos el 27 de enero de 1945, como el resto. Yo hice la marcha de la muerte empujada por los alemanes unos dÃas antes, el 18 de enero. DÃas y dÃas andando por la nieve, a -13 o -15 grados. Murió mucha gente. Cuando no podÃas andar, los alemanes te disparaban.
-No es extraño que algunos supervivientes se sientan culpables por haber sobrevivido. ¿Le pasó a usted?
-SÃ. Es verdad. ¿Por qué yo y no ellos? Perdóname… (Se emociona) Yo no puedo creer más en Dios: si Dios hubiera existido tendrÃa que haber hecho algo.
-¿Sigue llorando aún hoy?
-Ya no puedo llorar más. En el campo yo no lloré nunca. Mi sobrina se murió por esto: siempre iba llorando y diciendo «papá» y «mamá». Yo no. Yo decidà que habÃa que luchar.
- Texto: PEDRO SIMON (EL MUNDO)
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