febrero 9, 2022

Delfino, entre los antidepresivos, la política y una cruda confesión: “Me aburren los hombres de mi edad”

La icónica conductora de Te escucho, Luisa Delfino, dialogó con LA NACION sobre el ciclo que se muda de Del Plata a Radio Rivadavia y repasó su carrera, sus fantasmas y sus ganas de encontrar un nuevo amor Sigue leyendo

Luisa Delfino logró con una frase compuesta por dos palabras convertirse en todo un ícono de la cultura popular. A 30 años de que la entrerriana cambiara las reglas de la radio y la televisión con su minimalista propuesta: ella, un teléfono y una sencilla initación, Te escuchovuelve mañana a Radio Rivadavia con ese emblemático envío de madrugada, todos los domingos desde la 0 horas hasta las 2.

Sentada en un café en Colegiales, el mito se hace carne y Luisa justamente arranca la entrevista poniendo el oído. “Es algo que me pasa en todos lados”, cuenta a LA NACION, sobre la predisposición a que desconocidos le cuenten sus problemas, sus sentires.

Tiene el pelo suelto, la raya al medio, una remera blanca, y luce sin tapujos las arrugas de una mujer de 71 años. “Tengo miedo a mirarme al espejo y no verme a mí”, dice. Si bien es coqueta, no siente la necesidad de hacerse cirugías estéticas ni sumarle botox a esas marcas que, según cuenta, se profundizan de acuerdo de qué lado ponga la cara cuando duerme. Ella nunca se sintió linda, de hecho, cuando aterrizó en la redacción de revista GenteChiche Geblung casi la rebota por tener un look de “chacarera”. “Me mandó a la peluquería para que me hagan un look de ‘chacacheta’”, cuenta entre risas.

De esas primeras anécdotas a su actualidad, de los tiempos en que vivía en una pensión y se tomaba el 95 hasta la Municipalidad de Avellaneda donde trabajaba, a sus reiteradas visitas a Los Ángeles donde viven su hija Mariana y sus dos nietos Manuel y Mateo, Luisa habla suelta.

Su historia tiene algo en común con aquellas que deambulan por la madrugada, esas que pasaron de Radio del Plata a Rivadavia, visitaron Continental y volvieron a hacer el mismo ciclo. Ella también sufrió ataques de pánico, hace cuatro años le rompieron el corazón, se siente sola y le gustaría estar en pareja. Se aburre con los hombres de su edad, y los que a ella le gustan, los de 60, salen con mujeres más jóvenes.

Luisa se ríe con ganas cuando se acuerda de la vez que alguien le contó que le habían preguntado si seguía viva, y pide ser enterrada y no cremada para que la gente pueda hablar con su lápida, como en After Life. No perdió nada de esa chica intrépida que casi por casualidad pasó de ser una estudiante de Letras a periodista. “Voy al baño y me miro y no me veo grande. Me veo como cuando era chica y me sentaba en el banco de Gualeguaychú y decía: ´Hoy va a pasar algo´. Me sigo viendo así”. afirma.

Delfino, a quien no le gustan las notas por Zoom, puede recorrer su historia entre nombres propios. Conoció a Carlos Ulanovsky cuando lo fue a entrevistar por un trabajo de la facultad, fue él quien le consiguió su primer trabajo como periodista; su vida volvió a dar un giro cuando el mismo Víctor Sueiro la llevó en taxi a revista Gente después de que ella en una nota le preguntara si prefería el dulce de membrillo o batata y le dijo a Chiche Gelblung que la contratara.

Su inmersión en la radio, según cuenta, no fue muy diferente. El director de Continental le ofreció un espacio después de que ella saliera al aire pidiendo una draga para ayudar a sus papás que vivían bajo el agua en su ciudad. A todo le dijo que sí y todo conllevó dejar otra cosa: dejó la carrera, dejó Diario Popular y, más tarde, abandonó su puesto como Prosecretaria en Para Ti. Aunque cada vez que habla de la prensa gráfica cambia la expresión de la cara como aquellos que saborean un recuerdo.

Todo ese camino desembocó en Te escucho, un espacio donde Luisa se topó con depresivos, anoréxicos, gente muy solitaria y hasta suicidas. Más allá de abordar estas temáticas, ella encontró un método para desdoblarse y escuchar sin absorber y sin que sus propios problemas afectaran su templanza. No tiene reparos en contar que toma antidepresivos y asegura que no puede creer que todavía hoy la gente siga discriminando a aquellos que sufren afecciones psiquiátricas o psicológicas.

-Otra vez Te escucho pasa de Del Plata a Rivadavia, ¿cómo es esta vuelta?

-Estuve en Del Plata 5 o 6 años trabajando gratis porque no quería soltar a los oyentes, era sentir que a ellos les hacía bien. Cuando me llamaron de radio Rivadavia fue maravilloso, pero era para todos los días y yo ya había decidido que había laburado mucho en mi vida. 6 meses después me ofrecieron hacer lo mismo que hacía y dije que sí. Me puse contenta, no es tanto por lo que me pagan, o que me paguen, sino porque me hayan llamado. Entonces llamé al señor dueño y le dije: “Bueno, mirá, vos no me conocés” y me contestó: “¿Cómo no te voy a conocer? Te escucho”… Me armé de paciencia y le dije: “Me voy de la radio, me llamaron de otra y me voy, igual a ustedes no les cambia nada porque no me pagan hace años”. Ahí nomás empezó a llorar con que no tenían plata, me preguntó quién me había llamado y cuando le contesté [Radio Rivdavia] me comenzó a decir: “Ah, esos macristas tienen un montón de plata”. Y le digo: “No sé si son macristas, tampoco sé qué son ustedes, pero evidentemente ellos sí tienen plata y ustedes no”. Me despedí. No me quejo, lo elegí. Estuve muy bien desde 2006 hasta hace unos 7 años, cuando entraron los K.

-¿Cómo te definirías vos, políticamente?

-Yo he votado a todos, lo que me molesta es la mentira. En mi programa tengo prohibido hablar de política por la grieta y las peleas, creo que en Del Plata pensaron que era k. A mí fundamentalmente me molesta Cristina [Fernández de Kirchner] porque los psicópatas siempre me molestaron, me provoca algo irracional que nunca me había pasado.

-¿Sos de enojarte?

-Sí, prefiero no hablar de política ni de religión, porque son temas que enfrentan a la gente. Llaman muchos locos, hay un filtro. Celeste trabaja hace mucho tiempo conmigo, ella sabe, tiene el oído afinado y los reconoce.

-¿Tuviste llamados que te asustaron como para intervenir en el momento?

Tuve dos suicidas al aire. En uno conseguimos que la chica diera la dirección de su casa a la producción. En ese tiempo estábamos en Continental, teníamos todo a disposición. Un chico y una productora fueron a la casa, volvieron y dijeron: “No se iba a suicidar, nos dio masitas, nos hizo café, estaba en la lona, triste, sola”. Esa vez lo pudimos resolver así, no sé si sacaría a alguien al aire hoy porque no lo puedo resolver.

-Hay una anécdota tuya de una mujer que te llamó porque su hijo salía con un travesti y la mandaste a cocinar ravioles, ¿cómo fue?

-Esta mujer estaba tan loca porque su hijo se había enamorado de un travesti, su problema era que tenía pito, que era divina, pero con pito. Creo que si hubiera sido gay, hubiera sido más fácil. Hablamos como 25 minutos y no sabía qué decirle. En un momento me dijo: “No sé qué voy a hacer, Luisa, el domingo vienen, ¿qué hago?”. Y yo, que ya estaba harta, le dije: “Hacele ravioles”. Se rió y aproveché: “Te mando besos”, dije y le corté. Suspiré y miré al operador, que es como mi compañero en la noche.

-¿Cómo surgió el “Te escucho”?

-Empecé en el 91. En el 89 estuve deprimida con ataques de pánico y fobia. Estaba en Continental y también con [Juan Alberto] Badía, ahí trabajaba un médico que hacía neurociencia y él me hizo ir a su clínica y me hizo un mapeo cerebral. Me investigó la cabeza y me dijo que tenía como algo desenchufado. Me medicó. En una de las pruebas, me hizo escuchar ruidos ensordecedores y los oía como si estuvieran a 10 kilómetros. Estaba en otra galaxia. Era aviador y me llevó en avioneta, me hizo manejar, a doble comando, de Mar del Plata a Miramar. En tres meses me sacó. Se murió joven, pero antes me salvó la vida.

-¿Y entonces?

-Me di cuenta ahí que cuando contás cosas espantosas de salud los demás quieren saber todo, pero si le decís a alguien: “Estoy deprimido”, “No aguanto a la gente”, te miran con una cara de ésta está más loca. Todo lo que tenga que ver con lo psiquiátrico y psicológico da miedo. Como si fuese contagioso. Fue ahí que dije: “En algún momento voy a hacer un programa de servicio que englobe todo esto”. Quiso el destino o eso que rige mi vida hasta que me muera -no quiero cenizas, quiero que los bichitos me coman- que un tiempo después me llamaran y me propusiera un programa a la noche. Venía del lado sentimental y les dije que quería hacer un programa que se llame Te escucho, ya lo había registrado, en el que la gente contara lo que le pasara, algo triste o alegre, y tener un psicólogo para derivarlo, para que vea cómo ayudarlo, no dejarlo en banda si es que esa persona estaba mal.

¿Te acordás del primer programa?

Tenía un miedo de que no llamara nadie que por las dudas había arreglado con 3 amigos para que estén listos. No quería debutar sola. Pero no hizo falta. Empezó a sonar el teléfono, lo atendió el productor y empezaron a sonar los teléfonos por todas partes. Corté con el primer chico y vino otro y otro. Terminó el programa, estábamos contentos y nos fuimos a comer afuera. El programa iba de las 21 a la 1 de la madruga. Era mucho, pero tenía 40 años. Se sostenía con los llamados. Después siguió la tele que era como el programa de radio, pero actuado, el único momento en que miraba a la cámara era para saludar y honrar a mi papá, que murió cuatro 4 años de mi debut en tele. Él me decía: “Mi nombre es Luisa, el apellido de mi papá es Delfino”. Se creó como esa especie de juego, la gente dejaba mensajes diciendo lo mismo.

-¿Ya estuvieron practicando el pase con Rolando Hanglin?

-No lo planeamos, no lo hablamos. Tengo muchas habilidades, pero no soy muy graciosa. Sí soy buena para dar pies y para que sea gracioso el otro. Me doy cuenta cuando tengo que poner una palabra, supongo que con Lani haremos eso, cuando trabajamos juntos lo hacíamos.

-¿Qué notás de diferente entre los 90 y esta era con respecto a la gente y sus angustias?

-Noto una gran diferencia. En los 90 había mucha anorexia, mucho alcoholismo, mucha droga, me ha llamado gente drogada al aire. En el 2000 la cosa pasó más a la depresión, a la soledad, explotaron los ataques de pánico y la fobia. Lo que lamentablemente sigue siendo igual es la discriminación a quienes sufren problemas psiquiátricos. En un momento del programa les dedico una oración para los que están enfermos y sufriendo y al final digo: “En el 91 no se aceptaba que la gente sacara una pastilla y te decía que era una vitamina, yo saco mi pastilla y digo: ´Es un antidepresivo´, la saco acá, en la playa, donde sea”. Creo que la gente necesita calma.

-¿Tomás antidepresivos desde los ataques de pánico?

-No, fue después de que tuve un problema personal muy jodido, de pareja. Ahí empecé con los antidepresivos, terapia y eso. Fue hace 4 años.

-¿Qué pasó?

No creo en la fidelidad. Si alguien es infiel y viene la persona y me cuenta lo que le pasó, fue una calentura, lo que fuera, lo perdono. Pero lo que me pasó tiene que ver con la mentira continuada y la falta de confianza en otro ser humano en que vos pusiste la vida durante 20 años. Es, como dice Ricky Martin, un disparo al corazón. No te das cuenta porque no hay pistas hasta que de pronto te diste cuenta… Me dijo mi médico que hay una enfermedad del corazón causada por desamor, es como un infarto. Cuando me pasó estaba en Los Ángeles. Mi hija y un amigo me acompañaron. De todas las cosas que he vivido, he perdido a mi padre que era el amor de mi vida y muchas otras pérdidas, pero esto fue un disparo al corazón. Nunca más supe de él, hice el divorcio yo sola. Nunca dio la cara.

-¿Tuviste muchas parejas?

-Yo fui muy enamoradiza pero también muy fiel. Primero el amor de Gualeguaychú, Alfredito, que era un divino. Yo seguía las normas estrictas que me había enchufado mi mamá que era terrible, lo de la virginidad. Me vine acá y entonces me dijo: “Casémonos, así tenemos sexo”, y yo dije que no, y él se buscó a alguien y se terminó el romance. No quería quedarme en Gualeguaychú y quedar como la mujer de alguien que trabajaba en el campo. Tenía muchos pajaritos en la cabeza, me sentaba en la vereda de mi casa y esperaba que pasen cosas. Cuando vine tuve “novietes “con cama afuera hasta los 21, ponele, que dejé las enseñanzas de mi mamá de lado. Después conocí al papá de mi hija Mariana estudiando cine y quedé embarazada. Él era de familia aristocrática venida a menos y yo era una negrita del campo. Mi familia era de clase media baja, yo vivía en una pensión de doña Tota, trabajaba en la Municipalidad de Avellaneda, me subía al 95, y estudiaba letras.

-¿Se casaron?

Los padres no querían saber nada, la madre, sobre todo. Mariana nació en el 1975, parece de 30, es tan linda de adentro y de afuera, adoro a esa mujer. Vive en Los Ángeles, tiene una empresa de edición, producción y musicalización de videos, con el marido. Les va muy bien, tienen dos hijos.

Luisa recuerda aquellos primeros años, tenía 26 cuando nació su hija y ese momento coincidió con su encuentro con Ulanovsky, un encuentro que cambió el rumbo de su vida. Más allá de su larga carrera en medios –trabajó en todos los gráficos menos diario Crónica y LA NACION, según dice- Delfino asegura que no vivió acoso, que ella siempre fue “uno más” y que quizá eso tenga que ver con que “no era linda”. Aunque sí recuerda un trabajo donde se sintió maltratada. “Me pasó en 7 días, mi jefe era malísimo, le tenía terror, lo veía y temblaba”.

-¿Te sentías fea?

-Al lado mío había chicas muy lindas. Era una más con los varones. Trabajé en diarios y revistas que cerraban a las 4 de la mañana, íbamos a comer todos hombres y dos mujeres a un bodegón, todos tomaban vino, yo soy abstemia, la única cuerda. Me vestía lo más parecido a un tipo, con un jeans, algo que me tapara. Lo elegía, para sentirme más cómoda para ser un compañero más. Lo único que me faltaba era hablar como ellos.

-¿Cómo te llevás con la estética hoy?

-Me importa, me pinto, busco cosas divertidas para ponerme, pero no me haría nada en la cara. Me parece que quien lo hace porque lo necesita y le hace sentir bien está perfecto. No cambié mucho el look, un poco más corto el pelo, me visto igual que siempre. Después de los 60 no cambié, me importa tres carajos lo que digan. La gente por la calle me dice: “Vos sos Luisa”, enseguida me reconocen por el aspecto.

-¿No te molestó la frase de Chiche sobre el look chacarero?

-No, era una oportunidad. Cada vez que lo veo le digo “hijo de…” y nos reímos. Trabajé 5 años con él, muy intensivo. Era más grande que yo, era joven, conquistaba a todas las minas que se le cruzaban, era muy lindo tipo, yo era muy celestina. Había una modelo que estaba muerta con él y es su mujer hoy. Yo hablaba con mis jefes como una cómplice. Yo estuve en el momento de esplendor de la gráfica. Me acuerdo de Alfredo Serra, un maestro. Se nota mucho cuando un conductor viene de la gráfica, si escuchás a un influencer que de golpe conduce… No tiene piernas, no tiene raíz, no tiene nada, no está formado, no sabe.

-¿Cómo te afectó la pandemia?

-En mayo de 2020 ya estaba en la calle tomando cafés, nunca tuve miedo. Me iba a morir adentro de casa. Mi hija vive en Los Ángeles y apenas se abrió la posibilidad de ir, viajé. Creo mucho en eso de “cuando es tu hora es tu hora”, por ahí me re contra cuido y se me cae una maceta en la cabeza, en ese sentido soy muy musulmana. Nadie sabe el momento en que se va a morir, no sé.

-¿Cómo es tu rutina?

-Me levanto, si no tengo kinesióloga, salgo a caminar, voy a bares, leo. Ahora tengo un goce por comer, antes era algo que había que hacer… Debe ser que como no tengo otro goce lo reemplazo. No soy de las que dicen: “Qué lindo vivir sola”. Necesito un compañero, no pierdo la esperanza.

-Será cuestión de tiempo…

-Lo que pasa es que es una cosa que pueden plantear algunos oyentes, lo planteo yo: podría salir con alguien más chico que yo, no de mi edad porque me aburro. A lo mejor porque no encontré a la persona indicada. En cambio con alguien que tenga 6 o 7 años menos [como su ex al que llama “el prófugo”], estoy perfecta. Los de 62 salen con las de 30 o 40 y los que no, están casados hace 40 años. Entonces no hay y yo jamás pero jamás entraría a Tinder o una de esas cosas.

-¿Por qué no?

-Vengo de la falta de confianza. Con lo que me costó recuperarla en general, imagínate meterte en un lugar donde no podés confiar ni en la foto.

  • Texto: Dolores Moreno (LANACION.COM.AR)
  • Foto:
EL GMAIL DE DIEGOSCHURMAN