noviembre 23, 2015

La pelea por la jefatura de la oposición

Mientras asimila el duro golpe de la derrota, el peronismo comienza su debate interno para definir quién será su conductor. Sigue leyendo

Si Daniel Scioli hubiese ganado la elección se habría convertido en el nuevo conductor del PJ. Es lo que naturalmente ocurre en un partido de sesgo verticalista. Pero su derrota abrió la temporada de disputa interna por la jefatura de la oposición.

El peronismo es inmisericorde con los perdedores.  Se banca perfidias, rupturas e indiferencias. Pero no un revés electoral.

Scioli se puso la campaña al hombro. Eligió (lo eligieron y él aceptó) correr en en la escudería de Cristina Kirchner pero quedó en la puerta de la gloria. Y ahora son varios los que enfilaron hacia la sastrería para ponerse el traje de mandamás.

Sergio Massa es uno de ellos. Exhibe el oropel de haber sepultado las ansias reeleccionistas de Cristina y no faltará quien le achaque la responsabilidad de la crisis partidaria.

Es joven y tremendamente ambicioso. Haberse sabido fiel de la balanza del balotaje lo puso en valor, lo hizo cotizar nuevamente en bolsa pese a haber salido tercero en el elección.

El líder del Frente Renovador quería internamente que gane Macri para tener chances de disputar el liderazgo del PJ ya que un triunfo de Scioli naturalmente lo hubiese dejado fuera de competencia.

Su ambigüedad fue estratégica ¿Podría haber explicitado su voto contrario al candidato peronista y después entrar en la discusión sobre quién debe conducir el partido? Seguramente hubiera sido tan difícil como querer participar de la interna de River cantando desde la popular de Boca.

Algo similar le ocurrió a Hugo Moyano. El titular de la CGT opositora se mostró indulgente con el kirchnerismo y dijo que le sería «difícil» votar Scioli. Lo dijo mientras negociaba cargos con el mismísimo Macri.

Todo suma en su esquema de construcción de poder: presidir Independiente,  retener la jefatura cegetista, ubicar a hombres propios en una administración no peronista y, por qué no, disputar cargos en un partido cuyos «dueños» acaban de ser derrotados.

Es casi una norma de los dinosaurios sindicales esto de poner un huevo en cada canasta, una práctica extendida en el tiempo y que, los hechos lo confirman, los ha vuelto perenne.

De tiempos y recorridos también sabe bastante José Manuel De la Sota, otro anotado para la disputa peronista.  Su exitismo es peculiar si se tiene en cuenta que ni siquiera le ganó la interna a Massa y que el Frente Renovador quedó fuera del balotaje.

Peor aún: en sus pagos, Córdoba, Cambiemos ganó por paliza. De nada le sirvió al Gallego haber cantado victoria en julio, al convertir a su pollo Juan Schiaretti en gobernador, ni haber dicho que Macri es una vuelta al pasado.

De la Sota probablemente tenga ahora la necesidad de mostrar que puede mover el amperímetro para sacarse el mote de perdedor que en los albores del 2003 Eduardo Duhalde le selló en la frente.

Justamente el ex presidente es uno de los que irrumpió en escena en estas últimas horas para confirmar que la venganza se sirve fría.  No quería perderse la salida de Cristina, a quien maldijo en mil idiomas, acaso como un cierre de ciclo del cual él dio el puntapié inicial.

El encono con el kirchnerismo lo llevó hace unos días a compartir un acto con Macri en el que anunció su respaldo a Scioli. Más que paradoja, visión conspirativa:  lo hizo por oposición a la Presidenta, quien, a su entender, auguraba la derrota del candidato oficialista.

Duhalde cree que Cristina hizo con Scioli lo mismo que Carlos Menem hizo con él en 1999. O sea, cree que la máxima autoridad del partido jugó a menos con su candidato para conservar su propia cuota de poder  ¿Será ese el argumento con el que saldrá a disputar la conducción del PJ?

Si fuera así le estaría haciendo un gran favor a la Presidenta. Acusarla de perfidia, de haberse despegado de Scioli, la pondría a salvo de cargar con la  responsabilidad del resultado. Si el gobernador no era su candidato tampoco era su responsabilidad. Y entonces el sayo de mariscal de la derrota quedaría pura y exclusivamente para Scioli.

Seguramente en las próximas horas afloren pases de facturas y el kirchnerismo responsabilice al candidato derrotado de todos los males y, de ser necesario, hasta del asesinato de Kennedy. Será una manera de decir que Cristina no fue derrota y, en consecuencia, convertirla sin debate en la jefa de la oposición.

¿El estrecho margen con el que se perdió con Macri abona o aborta esta teoría? ¿El sciolismo no tendrá argumento para decir que, pese a todas las vicisitudes de la campaña -fuego amigo incluido- se hizo una elección digna? ¿La mandataria no podrá sentirse, a la luz del resultado y después de 12 años de kirchnerismo, moralmente ganadora?

¿A quién se le achacará la derrota bonaerense a manos de María Eugenia Vidal? ¿A Scioli y su gestión en el distrito o a la Presidenta por convertir al impertérrito Aníbal Fernández en el coronel de la madre de todas las batallas?

Habrá que ver cómo reacciona la camada más joven del oficialismo con ambición presidencial. El gobernador Juan Manuel Urtubey no pierde esperanzas pero acaso deba refugiarse un tiempo en Salta hasta que pase el temblor. Su figura quedó muy ligada a Scioli, a quien se dijo que acompañaría como canciller.

Distinto es el caso de Florencio Randazzo, cuya dureza con el candidato no pudo disimular ni siquiera en el tramo final de la campaña. Eso sí, una vez que deje el Ministerio de Transporte, a la actual ausencia de poder territorial sumará la carencia de vidriera. Y no faltará quien le cargue el sambenito de la derrota por su negativa a competir en la provincia.

Sin dudas habrá un lote de dirigentes de trayectoria, siempre ávidos de protagonismo, pidiendo pista. El chubutense Mario Das Neves o los inoxidables hermanos puntanos Alberto y Adolfo Rodríguez Saá son sólo algunos de ellos.

El debate por la coparticipación les devolverá cartel y es factible que les sirva para posicionarse en el candelero político, aunque  la necesidad de fondos los podría obligar a subordinarse al poder central, al fin y al cabo amo y señor de sus recursos.

De la reconstrucción del peronismo también podría ser parte algún tapado o algún dirigente que viene de atrás, como sucedió en su momento con el propio Néstor Kirchner.

Cuando el incendio interno se extinga y el humo ceda, se podrá divisar más claro quiénes tendrán chances de ir por la jefatura de la oposición y quiénes no.

Como decía Perón, andando el carro se acomodan los melones.

  • Texto: Diego Schurman (Infonews)
  • Foto:
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