septiembre 30, 2015

Moyano es moyanista

Aunque tenga viejas fotos con Néstor y Cristina Kirchner, y algunas flamantes con Macri, el jefe de la CGT no va detrás de nadie sino que busca construir un polo de poder para que la dirigencia política se vea obligada a ir detrás de él. Sigue leyendo

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La última foto que Moyano se tomó con Macri, en la Usina del Arte.

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En vísperas de las elecciones se vuelve un deporte nacional el etiquetamiento de sindicalistas. Fulano es sciolista, mengano es macrista y sultano es massista.

Es un trabajo sencillo cuando los dirigentes gremiales son explícitos y trabajan mancomunadamente con un candidato.

Ejemplos sobran: el canillita Omar Plaini es miembro fundador de la «Mesa Sindical Scioli Presidente»; el líder de los trabajadores del Ceamse, Jorge Mancini, aspira una banca de la mano de Cambiemos; y el referente del gremio de peajes, Facundo Moyano, está en la boleta de Sergio Massa.

Hasta aquí, ningún misterio. ¿Pero qué pasa con Hugo Moyano, el líder de la CGT opositora?

El camionero tuvo su década ganada en el kirchnerismo: consolidado como jefe de la central obrera, logró un crecimiento exponencial que le allanó el camino a sus planes de negocios.

Recibió onerosos subsidios, creó un emporio familiar en torno al gremio y hasta obtuvo la concesión del servicio ferroviario del Belgrano Cargas. Se convirtió así en un sindicalista-empresario, con lo paradojal que significa ser patrón de sus representados.  Justo él, que había sido un estandarte de la lucha contra el modelo neoliberal del menemismo denunciando, precisamente, a los sindicalistas-empresarios.

El quiebre de su alianza estratégica con el gobierno, por una solapada disputa de poder,  se tradujo en la pérdida de su radio de influencia, la salida intempestiva de sus hombres de la función pública y el recorte de beneficios económicos para su sindicato.

Moyano coqueteó desde entonces con Macri. La última vez fue esta semana, justo en la recta final hacia la elección presidencial.

El jefe cegetista sabe del peso simbólico de fotografiarse y prodigarse elogios con un candidato, por más que el marco haya sido la premiación a trabajadores de Higiene Urbana.

Cualquier podría decir que no los une el amor sino el espanto al gobierno kirchnerista, que los ubica permanentemente entre sus más enconados enemigos. Pero sería una visión incompleta y desenfocada.

El anclaje del vínculo táctico entre el candidato presidencial de Cambiemos y Moyano también es el dinero y los negocios, cuyo eje es la recolección de la basura.

Para los desmemoriados: en 2012 el gobierno porteño le otorgó a los camioneros 220 millones de pesos, a modo de resarcimiento, asumiendo incluso responsabilidades de un grupo de concesionarias de la Ciudad.

¿De qué estamos hablando? De las indemnizaciones que Moyano reclamaba, desde 1998,  en tiempos de Manliba (del grupo Socma, o sea, de Macri) cada vez que vencía la concesión de una firma de recolección de residuos.

El líder del PRO afrontó con bonos el reclamo de los camioneros, quienes finalmente fueron pasando de una empresa a otra conservando la categoría, el sueldo y la antigüedad.

Simultáneamente, Macri consolidó el poder omnímodo del titular de la CGT en el rubro, donde ahora tiene fuerte injerencia Covelia, una empresa de recolección de residuos que vinculan al sindicalista.

Ricardo Depresbíteris, titular de Covelia, ya había comprado camiones de carga lateral, para responder a los requisitos establecidos por la gestión del PRO para participar de las licitaciones. No quería que aquel famoso exhorto suizo, que asociaba a la compañía con el lavado de dinero, fuera un obstáculo para avanzar en la Ciudad.

Todo fue sobre ruedas para Moyano, quien no trepidó en agradecer públicamente. «Es la conquista más grande de una organización gremial», admitieron entonces, a través de un comunicado, su hijo Pablo y Marcelo Aparicio, jerárquicos del gremio.

No se quedaron en palabras. Organizaron un megafestejo en el Parque Roca, donde 30 mil camioneros tiñeron las gradas de verde, el color oficial del sindicato.

Dicho sea de paso, el Parque Roca es el predio que le cedió Macri a la Federación de Transportes de Carga para un estudio de factibilidad para una terminal de carga y descarga.

El vínculo con la Ciudad se extiende a parquímetros y grúas, donde operan trabajadores del gremio. Moyano supo saludar también los buenos oficios del ministro de Desarrollo Económico, Francisco Cabrera, cuando disputaba con el gobierno porteño la compra de  Comunicaciones, después de un largo proceso de quiebra del club.

En rigor, el sindicalista tuvo variados interlocutores en Buenos Aires. Acaso el más importante resultó ser el vicejefe de gobierno electo Diego Santilli, sobre todo cuando este ocupaba el ministerio de Medio Ambiente y Espacio Público.

«Es un amigo íntimo», dijo entonces Moyano en la Usina del Arte, seguramente recordando aquellas viejas tertulias que mantuvo con el aún senador de extracción peronista por el servicio de recolección de basura en el distrito.

El propio Macri, más azucarado que nunca, puso en un altar al sindicalismo justicialista, y reveló que con el fallecido Lorenzo Miguel, aquel histórico secretario general de la Unión Obrera Metalúrgica, alguna vez aprendió cómo se negocia en una paritaria.

Se entiende: para el jefe de gobierno porteño dar guiños a la CGT opositora es un paso inevitable en el marco de su ambición presidencial.  La pregunta es si Moyano, el mismo que durante un acto multitudinario en la 9 de Julio bregó por la reelección de Cristina Kirchner, podría convertirse en la pata sindical de Macri.

Al cabo de estas oscilaciones, muchos concluirán rápidamente que el camionero fue un kirchnerista en tránsito hacia la terminal macrista. Pero quien conoce su linaje, y su amor por la metodología vandorista de «pegar para negociar», entenderá que Moyano es un moyanista. Que construye para él y para nadie más.

La declarada «neutralidad» que adoptó la CGT para los las próximas elecciones no es más que un engranaje de esa estrategia para erigir a la central como un polo de poder con el que indefectiblemente deberá negociar quien llegue a la Casa Rosada.

Es una manera de invertir la dependencia. Moyano augura volverse imprescindible, de tal manera de forzar a Scioli, Macri o Massa a convertirse en moyanistas, y no al revés.

La creación del partido «por la cultura, la educación y el trabajo», que por ahora transita sin pena ni gloria, y su incursión como presidente de Independiente, responde al mismo propósito. Son, en definitiva, plataformas desde donde busca la autonomía necesaria para proyectarse más allá de quien triunfe en las urnas.

Eso sí, el discurso público será el de siempre. Dirá que estará del lado de quien defienda los derechos de los trabajadores. Pero a la luz de los hechos ese será sólo un apéndice de un objetivo mayor: que la política, y con ella atados el dinero y los negocios, lo entrone como un actor excluyente de la realidad nacional.

  • Texto: Diego Schurman (Infonews)
  • Foto:
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